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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Monday, January 29, 2007

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-19-

Llegabas demasiado temprano. No encontrabas razón para detenerte en el camino a los vestuarios. Era necesario mantener la discreción. Hablabas poco. No sabías nunca si estabas bien o mal ubicada. Las palabras te sonaban extrañas. La incomodidad de estar en el lugar donde no deberías. La sensación de pertenecer a algo que no habías elegido. Algo que te atraía más que nada en el mundo, el centro de la tierra, el infierno. El calor era insoportable. Repasabas una y otra vez los pasos del procedimiento.

-¡Hola! ¡Silvina!- una voz chillona retumbó en tu cabeza.- ¿Partido complicado, no?

-Sí, claro- tu respuesta era un tanto dudosa. Observabas con curiosidad la vestimenta de la rubia oxigenada, inventada, creada. Piel morena, y no por el sol. Pantalones vaqueros dos números menores de su talla. Camisa sin mangas. Los labios sangrantes del rojo artificial, y una altura producto de plataformas.

-Tendríamos que hacerle una nota a Germán Ledesma. Yo sabía que iba a hacer un gol...- la rubia seguía desplegando su discurso de periódico deportivo, pero vos ya no la escuchabas.

La puerta se abriría, saldría en pocos minutos Mauro Arana, lo abordarías, las preguntas no menos de cuatro, no más de cinco, el teléfono celular, la tecla indicada. Sólo era cuestión de un breve período de tiempo. Sólo era cuestión de recordar las instrucciones. Sólo era cuestión de...

-¡Mauro!- gritaste con todas tus fuerzas. El ruido de los vestuarios crecía con la salida de los jugadores. Autógrafos, fotos, abrazos... todos querían todo.

Mauro te miró de reojo. Saludó a un grupo de muchachos que exhibían con orgullo grandes tatuajes en sus brazos musculosos. De pronto, Mauro dio un breve giro. Había decidido abrir el diálogo con vos.

Sí, la verdad es que nosotros sabíamos que era difícil, pero nunca bajamos los brazos... la piedad es un sentimiento que hace débiles a los poderosos, y poderosos a los débiles.

Te sonreía, sus ojos se iluminaban cuando terminaba las frases. Te sonreía, y...¿cómo podrías apretar la tecla? ¿Cómo continuar con lo pactado? Era una estrategia de la víctima, quería sobornarte.

Siempre fuimos optimistas. Creímos en nosotros. No deberías experimentar ningún afecto. Era otra debilidad. No caerías en la flaqueza de su seducción. Nada más perverso que el pedido de misericordia de la víctima.

Por suerte se nos dio. Faltaba poco. Buscabas en tu bolsillo el teléfono celular. La tecla *, apretarla sobre el final de la nota. Ni un momento antes, ni uno después.

Estoy ilusionado. Pensabas qué pasaría si escaparas, si le dijeses a Mauro ¡huyamos! No, no eras así. Sabías que más importante era servir a la ciencia. Otra vez te invadían y querían vencerte los sentimientos de conmiseración, piedad, misericordia. Inventos de una sociedad manejada por seres inferiores.

Corridas, gente con pánico, la policía con sus perros hambrientos de llegar al foco del conflicto.

-¡Salgamos! ¡Vamos!- pudiste ver a la rubia con una expresión de terror en su rostro, sin sus plataformas, empujada por una multitud hacia la puerta trasera de los vestuarios.

Habías apretado la tecla *. Un enfrentamiento entre hinchadas se había desatado. El plan estaba saliendo a la perfección.

Mauro Arana había podido arribar a la puerta principal segundos antes de los desmanes. Seguías con una distancia suficiente sus pasos. Nadie quedaba en el playón de estacionamiento. Viste de lejos que Mauro Arana saludaba a Lucas Newman, el chofer de Alberto Artigas. Viste de lejos cómo después de un forcejeo Mauro fue introducido en el automóvil conducido por Lucas. Te acercaste. No había testigos. Por la luneta, los ojos de Mauro te suplicaron piedad. Pero la ciencia no sabe de afectos. Mauro Arana tu virtud, ser el jugador de fútbol más veloz, te hizo un elegido para la condena. Habías vencido, ya no eras la misma. Mientras regresabas a tu casa tarareaste la canción que sonaba con insistencia en las radios:

Estabas en aquel pueblo lejano,

extranjera de ciudad te miraba

el ángel sin alas, te señalaba

con naipes para jugar una mano.

A la medianoche hacía su entrada

el campeón del fútbol exclusivo

Vos la partida tenías ganada.


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