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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Saturday, July 22, 2006

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Capítulo - 15 -



Esteban estuvo toda la tarde del martes en busca de datos sobre La Gruta de Olimpia. Observó el antiguo reloj de pie de su abuelo paterno. Marcaba las seis de la tarde. Tomó su grabador, su libreta de direcciones, y salió.
A las seis y media debía estar en la calle 152 y 29. Anduvo bastante tiempo por un barrio de casas bajas, y algo desvencijadas. Llegó hasta el lugar pactado. Era un bar oscuro de paredes despintadas, con ventanas pequeñas, y una puerta algo estrecha que al abrirla producía un desagradable chirrido. Esteban entró, y se acercó al mostrador cubierto de grandes manchas marrones.
-Disculpe- un hombre de escasa estatura levantó la vista de la copa que estaba secando- Estoy buscando a Fernando Páez.
Un dedo que señaló a una figura gris acodada en la mesa ubicada en el fondo del lugar fue todo lo que recibió como respuesta. Esteban caminó en dirección a su entrevistado. El piso de madera crujía bajo sus pies, le daba la impresión de que en cualquier momento se caería en un sótano profundo.
-Esteban Menger, de la editorial española “Letra”- le extendió la mano, pero no fue correspondido.
-Así que vos sos el que está hurgando en la vida de Francisco Menéndez- una risa socarrona mostró la dentadura amarillenta y descuidada de Fernando Paéz.
-Hurgando...no sería la palabra. Estoy intentando escribir un libro sobre él- Esteban se había sentido atacado por un ser por demás desagradable en su aspecto y sus modos.
-¿ Qué tengo que ver con todo eso?- Fernando Paéz terminó de armar un cigarrillo. Al encenderlo esparció un denso humo que olía a tabaco de mala calidad. A Esteban le hizo recordar el aroma que había percibido en el Estadio Las Naciones, donde habló por última vez con Francisco Menéndez.
-Usted era el zaguero central de Deportivo U, campeón del ’82...- Esteban dudó cómo realizar la pregunta- ¿ Sabe por qué murió Pabla Pardo?
-Su habilidad puso fin a su vida- el ex defensor saludó a tres hombres de avanzada edad que ingresaron en el bar- Son mis compañeros de juego. Hoy tenemos una apuesta fuerte- Páez extrajo del bolsillo derecho de su pantalón descolorido un mazo de cartas- Soy bueno para el truco...
-No entiendo qué quiso decir de Pablo Pardo- Esteban temió que la conversación finalizara en ese momento, malograda por una partida de truco. Pero después de unos minutos Fernando Páez retomó la entrevista.
-¿Visitó a ex compañeros míos o soy el primero?- por un momento se invirtieron los papeles. El entrevistado hacía las preguntas.
-Fui a ver a Daniel Newmann . ¿ Lo recuerda, verdad?- Esteban tuvo la impresión de que sería muy difícil obtener información de ese hombre que pidió dos vasos de vino tinto para compartir con él.
-Sí, lejanamente- Páez entrecerró los ojos- No tanto su cara como sus marcas en los brazos. Él era hábil como el otro, el muerto, pero no tanto...no tanto como para eliminarlo...
-¿ Para eliminarlo? Creía que Pablo Pardo había fallecido de un paro cardíaco respiratorio...
-Creía mal- Páez lo miró directamente a los ojos- Yo siempre tuve que hacer el trabajo sucio en la cancha. Era bastante rudo. Me dediqué al fútbol para salir del pueblo miserable donde vivía. Lo odiaba. En cambio, Pablo Pardo era una estrella, un virtuoso como le decía Francisco Menéndez- tomó un trago del vino barato que un mozo avejentado les había acercado a la mesa- Era un blanco perfecto para los experimentos. El otro, Daniel Newmann también, pero alcanzaba con operaciones esporádicas- Fernando Páez se levantó de la silla de mimbre para dirigirse a la mesa de juego.
-Espere ¿ de qué experimentos habla?- Esteban sintió que le estaba negando la información más importante.
Fernando Páez no respondió. Sólo lo saludó levantando uno de sus brazos. Esteban se resignó a irse del bar. Veía la historia de Francisco Menéndez como una pintura abstracta donde encontrar el sentido era para él una búsqueda imposible. Fragmentos de datos se juntaban y separaban en el espacio de su biografía.
Cuando estaba por cerrar la puerta del bar, escuchó que la voz ronca de Fernando Páez le gritaba.
-La Gruta de Olimpia, ese fue el comienzo del fin.
Esteban mientras conducía su automóvil hacia el diario pensó que sería necesario ubicar ese lugar e ir cuanto antes.