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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Friday, August 11, 2006

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Capítulo - 16 -


Intentó por cuarta vez en el día comunicarse con Alfredo. Necesitaba decirle que renunciaría. El pacto que habían celebrado hacía un año y medio, ya no le interesaba. Es cierto, aceptar las condiciones de Alberto Artigas le valió ser el jefe de redacción de la sección deportiva de “El Informante”. Sin embargo, desde aquella noche en la mansión del doctor Ezequiel Díaz Vásquez, no había podido dejar de pensar en Esteban. Su imagen estaba presente hasta en los momentos que amaba a Silvina. Era una obsesión. Sentía que su piel expedía el olor de la traición. No soportaba ver a Esteban en el diario, trabajando y hablando con él cuando escondía un secreto. Una sombra se movía por donde mirara, una sombra tan oscura como su conciencia. Faltaba poco para el final. La promesa debía cumplirse. Él ya había obtenido parte de su pago. Él, Juan Varela, había recibido como garantía de su trabajo ser jefe de redacción. Pero esto había perdido sentido. Juan Varela sólo quería huir. Había entregado demasiado por algo que finalmente era poco. La necedad de querer ser alguien, de tener un nombre, un prestigio que no servía más que para ser infeliz. Recordaba la noche de la fiesta, la conversación con Alberto Artigas. Era sencillo, ellos, Juan y Alfredo, amigos de Esteban debían lograr que éste llegara a La Gruta de Olimpia en un lapso de uno o dos años. Juan Varela quiso indagar sobre las razones del pedido. Alberto Artigas respondió con una suma de dinero. Tres mil dólares era la recompensa. ¡Tres mil dólares, para cada uno! Para él, Juan Varela, que jamás había ganado más de doscientos pesos era su oportunidad. Su vida de estudiante había sido miserable. Él que soñaba con asaltar el mundo. Se había entregado a un plan que desconocía. Ahora sentía que un odio inmenso, inabarcable lo había tomado por completo. Se miraba sus manos y las encontraba repugnantes. Las veía manchadas de sangre. Una sangre espesa, lúgubre, insoportable. Alfredo no respondía a sus llamadas. Cada uno trabajaba sin comunicarse. Nadie debía saber de su relación. El silencio, la prudencia había sido una de las condiciones más importantes para el pacto. Juan Varela quería salir de ese círculo que lo iba aprisionando lentamente. Su libertad valía trescientos mil sucios dólares. Alfredo no sería capaz de contestar, tal como Francisco Menéndez cuando lo encontró después de uno de los primeros partidos de la temporada en la mansión de Alberto Artigas.

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