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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Saturday, May 20, 2006

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Capítulo -6-


Las luces de colores se encendieron. Todos estaban a la expectativa. Estrellas devenidas en historia viva. Nuevos valores dando sus primeros pasos. La vanidad que se derramaba por la atmósfera viciada de perfumes importados.
Personajes y personas reunidos en torno de una gran mesa. Manteles blancos con bordados púrpuras. El reflejo del cristal que iluminaba rostros llenos de belleza y satisfacción. Mujeres con martinis en sus manos, rozando con sus labios de un exagerado tono rojo conversando en voz baja. El tema central: la figura de Alberto Artigas. La mayoría de los comensales le tenían un odio profundo, pero sabían que sin él jamás hubieran salido de las sombras que envuelven a los mortales. Los nuevos dioses de una sociedad amante del fútbol, la frivolidad y el espectáculo eran señalados por ese ser caprichoso que llevaba a lo mas alto a sus elegidos. Hombres vestidos en trajes de elegante corte inglés.
De pronto, se escucharon los violines, y apareció en todo su esplendor Alberto Artigas. Resonó su estruendosa carcajada. Los futbolistas y sus esposas le hicieron las reverencias estipuladas.
Alberto Artigas se sentó en su sillón victoriano.
Era jueves, el día de reunión en la casa del doctor Ezequiel Díaz Vásquez. Hacía diez años que trabajaba en el equipo de Artigas junto con Francisco Menéndez, y cinco colegas más.
Los invitados se sentaron a la mesa. Comenzó el desfile de platos. Salieron a escena tres mozos contratados vestidos de negro con guantes blancos.
Primero se escanció el Cabernet Sauvignon. En segundo lugar se sirvió Fiambre a la Húngara seguido de Liebre Munich.
-Esto no es exactamente liebre- una voz chillona realizó este comentario al mediocampista más famoso del país.
-No me importa demasiado, si se puede comer- respondió con el desdén acostumbrado hacia su esposa.
Los platos se sucedían en un desfile vertiginoso de salsas, olores y carnes. Las críticas se susurraban. Alberto Artigas fingía ignorarlas. Después de todo, él no era el anfitrión.
-¡Francisco! – un dedo largo y delgado señaló al entrenador. Levantó la vista, y vio unos labios gruesos, luego unos ojos penetrantes. Sus pestañas eran demasiado espesas.
-¿Irene?- su voz temblaba.
Francisco en un minuto recordó la tarde en que se conocieron. Fue en el estadio Las Naciones. Llovía torrencialmente. El árbitro del partido había decidido suspender el encuentro. Deportivo U. era el club de Francisco Menéndez. El favorito de la Liga. Enfrente Asociación D. equipo casi descendido de categoría.
El viento, el público corriendo, los gritos, el miedo. Fragmentos de personas que iban y venían. Periodistas que empujaban, se amontonaban. Los jugadores que intentaban salir de los vestuarios, y en el fondo del recinto un flash que iluminó al entrenador sorprendiéndolo, hiriéndolo.
-Mucho gusto- la sonrisa pintada le extendió la mano.- Reportera de « Magazine 11 »
La amistad duró tres años. Después llegó todo lo demás.
Silvina dejó las hojas sobre la mesa. Bebió un sorbo de café.
-Está muy bueno, pero no es una biografía-pensó unos minutos- Tal vez sí...es Nuevo Periodismo.
-En realidad sólo es un borrador- Esteban defendía su texto- Fui reconstruyendo todo a partir de recortes de diarios y revistas viejas. Además, cuando estudiaba en la facultad trabajé de mozo en esas fiestas.
Silvina levantó las cejas con un gesto de sorpresa.
-Sólo fueron un par de reuniones...se hacían todas las semanas. No empleaban al mismo personal más de dos o tres veces- Esteban encendió un cigarrillo-.
-Entonces, volviendo a lo nuestro- Silvina hizo sonar la cucharita en la taza- ¿ Qué tengo que ver con todo esto?
-Necesito tiempo para escribir la biografía de Francisco Menéndez. La editorial es española, y me pidió que cuanto antes envíe los primeros capítulos- Esteban observó que en la mesa contigua estaba sentado un antiguo profesor de la facultad- Por otra parte, mi relación con Menéndez es cada vez peor. Sus jugadores casi no me hablan, y vivo de las notas que hago para el diario- hizo una pausa- Mi propuesta es que vos realicés las entrevistas en los vestuarios. Te ofrezco $50 por cada partido.
Después de unos minutos de silencio Silvina sonrió.
-Bien...Acepto. No me viene mal. Estoy sin trabajo. Me queda poco dinero en el banco, con la enfermedad de mi mamá todo cambió mucho. Además, Juan no tiene porqué saberlo. Él está en la redacción durante toda la tarde hasta altas horas de la noche.
Esteban siguió a Silvina con la vista hasta que desapareció entre la gente de calle ocho. Pidió otro café, y se dedicó a observar a su profesor. Vestido con un traje viejo, fumando cigarrillos baratos se debatía entre leer Foucault o Barthes.
Esteban pensó que no quería tener ese destino de intelectual venido a menos. La biografía sería su posibilidad de salir de su monótona vida de vestuarios, rostros cansados, y palabras que no decían nada.

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