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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Sunday, April 30, 2006

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I. Una historia



"Surely," said I, "surely that is something at my window lattice:

Let me see, then, what thereat is, and this mystery explore,

Let my heart be still a moment and this mystery explore.

E. A. Poe



Esperaba en el pasillo iluminado por la tenue luz del atardecer que entraba por unos antiguos ventanucos. Se paseaba impaciente mientras intentaba adivinar cuándo se abriría la maciza puerta rojiza. Encendió un cigarrillo, observó cómo los jugadores hablaban con sus colegas.
Esteban sólo quería la palabra de Francisco Menéndez. Los minutos transcurrían y parecía adrede la demora. No se iría sin conseguir contactarse con él.
-¡Francisco, Francisco! Espere, por favor.
El hombre corpulento de unos sesenta años miró a Esteban con una mezcla de indiferencia y rechazo. Hizo un gesto hostil con sus manos, y salió rápidamente hacia la calle.
Esteban corrió tras el entrenador. No lo pudo detener. Miró su reloj, ya era bastante tarde. Salió del estadio. Comenzó a caminar sin un rumbo fijo. De pronto, se encontró frente a la puerta del diario donde trabajaba.
-¿Tanto tardás en hacer tres notas?- el saludo del jefe de redacción de la sección deportiva fue poco amable, como era habitual.
-Vos sabés, el trabajo en los vestuarios no es fácil. La gente se empuja, el lugar es estrecho. Todos quieren por distintos motivos acercarse a los jugadores...Fotos, autógrafos, declaraciones...
-Entonces...¿ Qué trajiste hoy?- la voz de Juan Varela sonó como una piedra arrojada al asfalto.
Esteban no respondió. Se sacó el sobretodo y encendió su computadora. Escribir crónicas sobre fútbol no era lo que deseaba, pero le daba de comer.
Sin dirigir palabra hacia su jefe comenzó la aburrida nota de otro partido de domingo. La figura de Francisco Menéndez cada tanto se le aparecía como un espectro que vigilaba cada uno de sus pasos.
-Todas las fechas lo mismo. Tengo que llamar a otros medios para que nos cedan sus entrevistas- la voz de Juan resonó como si estuvieran en una caverna.
Esteban miró el reloj colgado de la vieja pared con manchas de humedad. Hizo varios movimientos de cabeza, estiró sus brazos y encendió su disc man. Sólo podía percibir que Juan hablaba por sus gestos exagerados.
A Juan Varela lo había conocido en el curso de ingreso de la facultad de periodismo. Fueron buenos compañeros durante toda la carrera. Unos cuantos exámenes juntos habían marcado una amistad quebrada por la lucha del lado de afuera. Juan había preferido su puesto en el diario a esa relación entrañable, que había querido compensar contratándolo como cronista en los vestuarios.
Esteban levantó su vista y observó a Juan.





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