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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Sunday, May 14, 2006

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Capítulo-5-


Francisco sin mirar el sobre lo dejó apoyado sobre la mesa del comedor. Tomó una ducha de agua tibia. Bebió té con unas tostadas dulces.
Estaba solo. Cristina salía todas las mañanas. Nunca le preguntaba nada a su esposa. La incomunicación había entrado en sus vidas como la lava que se extiende sin posibilidad de detenerse.
Tomó entre sus gruesos dedos el sobre. Observó su gran anillo de oro en su mano izquierda, leyó las iniciales C. D. M. Cristina Díaz de Menéndez. Pensó que quizás ya eso era una formalidad como casi todo lo que rodeaba sus días.
Volvió la vista a la correspondencia. Le llamó la atención las dos estampillas de un pálido color amarillento. No pudo distinguir el motivo de los sellos. Abrió el sobre, y extrajo un pliegue de papel blanco. Las iniciales doradas del encabezamiento eran las de su socio. La tinta y la letra confirmaban la autoría de Alberto Artigas.
“ Todo marcha bastante mal. Deberás revertir la situación o volveremos a la Gruta de Olimpia. La garantía está en el fondo.”
Francisco Menéndez palideció. Se sentó con una lentitud impregnada de tristeza, de horror. Sacudió el sobre y dejó caer en el piso un billete de quinientos dólares.
La Gruta de Olimpia. El infierno se cernía sobre su cabeza. Otra vez la oscuridad y la amargura del pasado se derrumbaban sobre su ser. Ahí estaba la advertencia. La costumbre de cumplir la palabra que llegaba hasta el morbo. “Todo lo que se dice se hace”. Frase guía de la particular ética de Alberto Artigas. Hombre pequeño sin demasiados logros en lo deportivo. Marcador de punta derecha, obsesionado con un puesto que le había causado más disgustos que satisfacciones.
Compañeros de equipo durante las divisiones inferiores y después en la profesional. Inseparables a pesar de que él era centro delantero. Cinco años de compartir entrenamientos, concentraciones, victorias, derrotas...Luego vino Italia. La separación, ya que Alberto sólo logró pasar a préstamo a un club que estaba luchando para no perder la categoría. Su carrera de futbolista había terminado pronto.
El reencuentro. Francisco volvió de Europa con la gloria de haber sido el goleador de la última temporada. Los primeros campeonatos habían sido muy difíciles para un jugador sudamericano poco habituado a ciertas rutinas de trabajo. La lenta adaptación le dio como resultado el premio de ser el mejor. De regreso en Argentina, ya retirado y con el título de técnico buscó a su amigo Alberto Artigas.
-Comencé con este negocio hace pocos meses. Sabés que abandoné el juego hace unos cuatro años. Estaba cansado de los gritos y exigencias de un entrenador.
-Me dijiste por teléfono que querías hacer algo conmigo- Francisco observó que Alberto tenía una mirada huidiza.
-Bien... vamos rápido- rió con estruendo, siempre lo había hecho- Te propongo una sociedad. Me explico. Vos sos el que ponés la parte técnica, yo todo lo demás.
-¿ Lo demás?- Francisco entrecerró los ojos con desconfianza-
-Digo... el club, los jugadores, los auspiciantes- Alberto hablaba con un tono cansino.
Dos días más tarde, Francisco Menéndez y Alberto Artigas brindaron por la nueva sociedad.

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