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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Tuesday, May 02, 2006

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-2-

Francisco Menédez cruzó a gran velocidad las calles de la ciudad en su Ford KA azul.
¿ Cómo le diría a Alberto Artigas “hemos fallado otra vez”? Tomó la ruta hacia la mansión de aquél. Las luces de los automóviles que venían de frente lo cegaban de a ratos. Iba dejando una estela de agua barrosa por donde pasaba. Tan pegajosa como su mente, y su alma. No soportaba a ese ser de baja estatura, con su célebre bastón en la mano siempre sonriendo irónicamente.

Francisco Menéndez con tantos años de fama y prestigio sentía que lo estaba perdiendo todo. No le importaba demasiado. Odiaba lo que hacía. Había llegado un momento en que aquello amado alguna vez se había convertido en suciedad.
Pasó tres semáforos. En el cuarto dobló a la izquierda y siguió por una calle escondida hasta la casa de su socio. No quedaba más que llamarlo así.
La lluvia caía muy fuerte y en gran cantidad. Se escuchaban los truenos. Apenas se detuvo frente al inmenso portón metálico hizo la señal con el control para que le abrieran. Se oyó un chirrido. Francisco ingresó el auto por la pendiente. Un empleado alto, extremadamente delgado se apresuró a guiar sus pasos cuando descendió del rodado.
-El señor lo está esperando- sin que ningún músculo de la cara se le moviera emitió estas palabra como un autómata.
Llegaron a la sala principal. Los pasos marcaban un ritmo militar. Los cortinados claros de los ventanales se arrastraban hasta la alfombra roja que se extendía por toda la casa. Caminaron varios metros por un pasillo con luz amarilla. Por fin llegaron al despacho de Alberto Artigas. Extrañamente la puerta no estaba cerrada. Allí en el fondo tras su escritorio estaba el avejentado hombre sentado con su bastón en la mano.
Francisco Menéndez lo saludó con un gesto de amargura.
-Fallamos- miró hacia el piso. Observó una mancha blanca bajo sus pies.
Alberto se levantó de su butaca, avanzó unos pasos.
-Cada vez peor. Sabrás qué hacer...No pienso seguir perdiendo dinero- hizo una mueca con su rostro, y dejó ver varias de sus piezas dentales doradas.
Francisco no respondió. Ya a esa altura de su vida las soluciones no las encontraba con frecuencia. Dio media vuelta, y cerró la puerta con fuerza.
Al dirigirse hacia su automóvil vio en un pasillo estrecho que daba a la entrada del garaje, los cuadros colgados sobre la pared encalada. Se detuvo unos minutos. En uno estaba él levantando la copa del mundo junto con todo el equipo, en otro cuando había sido campeón del Scudetto, un tercero lo mostraba celebrando el título del campeonato local.
-Curioso- pensó- en todas las fotografías estaba sea atrás, adelante, en un costado Alberto Artigas.
Era evidente...un producto rentable. Artigas el gran creador de Francisco Menéndez.
Apareció el empleado alto y extremadamente delgado. Le abrió el portón. El entrenador anduvo por las calles oscuras bajo una humedad insoportable. La noche parecía oprimirlo con sus sombras.
-La solución...la solución- repetía como si fuera un juego de palabras.
Se detuvo en un semáforo. Cerró por un instante los ojos.Faltaban pocos metros para llegar a su casa.Sólo deseaba dormir.

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