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La Gruta de Olimpia

Novela on line de una escritora argentina

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Wednesday, July 05, 2006

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Capítulo -13-


La tenue luz del sol lo despertó. Estaba sentado desde hacía varias horas en el sillón del comedor. Su esposa dormía en la habitación contigua.
Se levantó, y se observó en el espejo del baño. Miró con atención sus párpados arrugados. Su hermano aparecía desde un fondo brumoso, se construía y se deshacía con rapidez. Recordaba las tardes que habían compartido en los veranos familiares.
El mejor de todos había sido cuando visitaron Mar del Plata. Tenían once y doce años. Sus padres discutían el día entero, pero ellos caminaban hasta llegar a las playas solitarias, alejadas, donde el mar golpeaba con fuerza los acantilados, donde jugaban a caerse desde gran altura al mar, y en el último instante uno de ellos tomaba de la mano al otro.
-Te salvé la vida- era el grito de satisfacción.
Esta vez él no había podido evitar que su hermano menor no pasara la línea de la nada, ese límite que habían experimentado desde la niñez. El poder de seguir o no. La libertad de salir de un mundo que no habían elegido. Entre esos dos planos existía un intersticio casi invisible, pero cuando se entraba en él no había manera de huir salvo por uno de los extremos. Esa posibilidad de dividir infinitamente una recta, de ser parte de ese plano de puntos grises. Una especie de vidrio empañado. Ese era el camino que había elegido él, que aunque mayor siempre más cobarde.
En cambio, su hermano asumía riesgos. Una tarde en que el sol estaba insoportable con el calor que irradiaba, ellos en los acantilados sintieron que la cabeza les iba a estallar. Un sopor que los hacía percibir todo en un tiempo lento, como si estuvieran viendo una película cuadro por cuadro, los envolvía progresivamente.
Su hermano avistó un gato pequeño, quizás tenía meses. Estaba arrinconado contra el murallón que separaba la playa de la avenida costanera. Era una mancha negra en la piedra blancuzca, temblando ante la presencia de ellos.
Comenzaron a desafiarse quién de los dos sería capaz de arrojar al gato al mar desde los acantilados. Él no se animó, ante su sorpresa, su hermano tomó con cautela al animal y lo lanzó con todas sus fuerzas por una de las resbalosas paredes rocosas. El gato chillaba. En un instante había desaparecido. Sintió miedo ante la actitud de aquél. El menor, el que hasta el momento lo había seguido en todo, acababa de hacer algo distinto.
Pasaron los años. Cada uno construyó su mundo paralelo, sin comunicación entre ellos. Ninguno sabía demasiado sobre la vida del otro. Cuando se encontraron al cabo de unos años, la conversación era superficial. Había sido en México. No sabían de qué hablar.